Padre Almeida
Todas las
noches, él iba hacia una pequeña ventana que daba a la calle, pero como esta
era muy alta, él se subía hasta ella, apoyándose en la escultura de un Cristo yaciente. Hasta
que una vez el Cristo ya cansado de tantos abusos, cada noche le preguntaba al
juerguista: ¿Hasta cuando padre Almeida? , a lo que él respondía: “Hasta la
vuelta Señor”.

Tanto le gustaba la juerga, que sus planes eran seguir con este ritmo de vida eternamente, pero el destino le jugó una broma pesada que le hizo cambiar definitivamente.
Pues una madrugada el padre Almeida regresaba borracho, tambaleándose por las empedradas calles quiteñas, rumbo al convento, cuando de pronto vio que se aproximaba un cortejo fúnebre. Le pareció muy extraño este tipo de procesión a esa hora, y como era curioso, decidió ver el interior del ataúd, y al acercarse vio su propio cuerpo dentro del mismo.
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